Al revés de Francisco, Clara
vivió una larga vida para la época, mas se sentía entristecida por el
recuerdo de la muerte del seráfico padre en 1226. Clara vivió sesenta años
de los cuales cuarenta y uno los pasó en el
monasterio.
Clara de Asís fue la primera mujer en escribir una regla y recibir
aprobación del Papa. Hoy sus restos descansan en el protomonasterio de Asís.
Fue canonizada un año después de su fallecimiento, por el Papa Alejandro IV.
Su fiesta litúrgica es el 11 de agosto.
Infancia y familia
Clara nació en Asís en 1194, probablemente el 11 de julio. Hija mayor del
matrimonio de Favorino de Scifi y Ortolana, la cual era descendiente de una
ilustre familia de Sterpeto, los Eiumi. Ambas familias pertenecían a la más
augusta aristocracia de Asís, Favorino tenía el título de Conde de Sasso –
Rosso. Clara tenía además cuatro hermanos, un varón, Boson y tres mujeres,
Renenda, Inés y Beatriz.
Ortolana era una mujer de mucha virtud y piedad cristiana, y era devota de
hacer largas peregrinaciones a Bari, Santiago de Compostela y Tierra Santa.
Dice la tradición que antes de nacer Clara, el
Señor le reveló en oración que la alumbraría de una brillante luz que
habría de iluminar al mundo entero, y fue por eso que la niña recibió en el
bautismo el nombre de Clara, el cual encierra dos significados,
resplandeciente y célebre.
La niña Clara creció en el palacio fortificado de la
familia, cerca de la Puerta Vieja. Se dice que desde su más corta edad
sobresalió en virtud, se mortificaba duramente usando a raíz de su delicado
cuerpo ásperos cilicios de cerdas y rezaba todos los días tantas oraciones
que tenía que valerse de piedrecillas para contarlas.
Con la edad se convirtió en la más gallarda y hermosa joven de Asís, y
consecuentemente tuvo muchos pretendientes. Cuando cumplió los dieciséis
años sus padres la prometieron en matrimonio a un joven de la nobleza a lo
que ella se resistió respondiendo que se había consagrado a Dios y había
resulto no conocer jamás a hombre alguno.
Conversión
Por esa fecha había vuelto de Roma, con autoridad pontificia para predicar,
el joven Francisco, cuya conversión tan hondamente había conmovido a la
ciudad entera. Clara le oyó predicar en la iglesia de
San Rufino y comprendió que el modo de vida observada por el Santo era
el que a ella le señalaba el Señor.
Entre los seguidores de Francisco había dos, Rufino y Silvestre, que eran
parientes cercanos de Clara, y estos le facilitaron el camino a sus deseos.
Así un día acompañada de una de sus parientes, a quien la tradición atribuye
el nombre de Bona Guelfuci, fue a ver a Francisco. Este había oído hablar de
ella, por medio de Rufino y Silvestre, y desde que la vio tomó una decisión:
«quitar del mundo malvado tan precioso botín para enriquecer con él a su
divino Maestro». Desde entonces Francisco fue el guía espiritual de Clara.
La noche después de Domingo de Ramos de 1212, Clara, huyó de su casa y se
encaminó a la Porciúncula, allí la aguardaban los Frailes Menores con
antorchas encendidas. Habiendo entrado en la capilla se arrodillo ante la
imagen de la Virgen y ratificó su renuncia al mundo «por amor hacia el
santísimo y amadísimo Niño envuelto en pañales y recostado sobre el
pesebre». Cambió sus relumbrantes vestiduras por un sayal tosco, semejante
al de los frailes; trocó el cinturón adornado con joyas por un nudoso
cordón, y cuando Francisco cortó su rubio cabello se cubrió con un velo
negro que junto con sandalias de madera constituirían el atuendo de su orden
primigenia.
Hizo los tres votos monásticos y prometió obedecer a
San Francisco en todo. Luego fue
trasladada al convento de las benedictinas de San Pablo.
Cuando sus familiares descubrieron su huida y paradero fueron a buscarla al
convento. Tras la negativa rotunda de Clara a regresar a su casa, Francisco
creyó prudente trasladarla al convento de San Ángel de Panzo, también
benedictino.
Inicio de las clarisas
Seis o diez días después de la huida de Clara, otra de sus hermanas, Inés,
huyó también al convento de
San Ángel a compartir con su hermana el mismo régimen de vida. Más tarde
fue a reunírseles su otra hermana Beatriz, y en pos de todas ellas Ortonala,
después de la muerte de Favorino.
No vistiendo el hábito benedictino ni siguiendo la Regla de San Benito,
Clara e Inés pronto tuvieron que mudarse del convento de San Ángel. Así
Francisco habló con los camaldulenses del monte Subasio, que antes habían
donado a la nueva Orden la Porciúncula, los cuales le ofrecieron cederles la
iglesia de San Damián y el convento anexo, los que serían desde ese momento
la casa de Clara durante 41 años hasta su muerte.
En aquel convento de
San Damián, germinó y se desenvolvió la vida de oración, de trabajo, de
pobreza y de alegría, virtudes del carisma franciscano. Por esa fecha el
estilo de vida de Clara y sus hermanas llamó fuertemente la atención y el
movimiento creció rápidamente. La condición requerida para admitir una
postulante en San Damián era la misma que pedía Francisco en la Porciúncula:
repartir entre los pobres todos los bienes.
El convento no podía recibir
donación alguna, pero debía permanecer inquebrantable para siempre. Los
medios de vida de las monjas eran el trabajo y la limosna. Mientras unas
hermanas trabajaban dentro del claustro otras iban a mendingar de puerta en
puerta, Clara, cuando las hermanas volvían de
mendingar las abrazaba y le besaba los pies. Más tarde cuando la orden
se redujo a rigurosa clausura, los monasterios para mendingar ocuparon
limosneros.
San Francisco escribió poco después la regla de vida para las hermanas y,
por medio del Santo, obtuvieron del
Papa Inocencio III la confirmación de esta regla en 1215, pues ese año,
por orden expresa de Francisco, aceptó Clara el título de abadesa de San
Damián. Hasta entonces Francisco había sido jefe y director de las dos
órdenes, pero después que el Papa les aprobó la regla, las monjas debían
tener una superiora que las gobernase.
La vida diaria en San
Damián
Clara, a pesar de ser
Superiora, tenía la costumbre de servir la mesa y brindar agua a las
religiosas para que lavasen sus manos, y cuidaba solícitamente de ellas.
Cuentan que se levantaba todas las noches a verificar si alguna religiosa
estaba destapada. Francisco muchas veces le envió enfermos a San Damián, y
Clara los sanaba con sus cuidados.
Ni aún estando enferma, lo que era frecuente, omitía el trabajo manual. Así
se dedicaba a bordar corporales, en la misma cama, que mandaba a las
iglesias pobres de las montañas del valle.
Así como en el trabajo era ejemplo para las religiosas, lo era también en la
vida de
oración. Después de las completas, último oficio del día, permanecía
largo rato, sola, en la iglesia ante el Crucifijo que habló a San Francisco
en otro tiempo. Allí se daba a la quieta meditación de los dolores de
Cristo y rezaba el “Oficio de la Cruz”, que había compuesto Francisco.
Estas prácticas no le impedían levantarse por la mañana muy temprano, para
levantar a las hermanas, encender las lámparas y tocar la campana para la
misa primera.
Según la Leyenda una vez fue el papa a San Damiano, Santa Clara hizo
preparar las mesas y poner el pan en ellas, para que el santo padre lo
bendijera. El papa pidió a la santa que fuera ella quien los bendijera a lo
que Clara se opuso rotundamente. El
papa la instó por santa obediencia a que hiciera la señal de la cruz
sobre los panes y los bendijera en el nombre de Dios. Santa Clara, como
verdadera hija de obediencia, bendijo muy devotamente aquellos panes con la
señal de la
cruz, y al instante apareció en todos los panes la señal de la cruz,
bellísimamente trazada.
Su cama, en los inicios, eran haces de sarmiento con un tronco de madera por
almohada; después la cambió en un pedazo de cuero y un áspero cojín; por
orden de Francisco se redujo a dormir después en un jergón de paja.
En los ayunos de Adviento,
Cuaresma y de San Martín, Clara no se alimentaba sino tres días en la
semana, y solo con pan y agua. Para reemplazar la mortificación corporal
observó por largo tiempo la práctica de usar a raíz del cuerpo una camisa de
cuero de cerdo con la parte velluda hacia dentro.
Estando una vez Clara gravemente enferma en la solemnidad de la natividad de
Cristo, fue transportada milagrosamente a la iglesia de
San Francisco y asistir a todo el
oficio de los maitines y de la misa de medianoche, y además pudo recibir la
sagrada comunión; después fue llevada de nuevo a su cama.
Fortaleza espiritual
Clara, ante Francisco, se manifestaba débil y necesitaba consuelo y aliento
pero en medio de sus hermanas era la madre revestida de fortaleza para
defenderlas y protegerlas.
Federico II mantenía una guerra contra el Papa y lanzó a los Estados
Pontificios arqueros mahometanos, sobre los que no tenían ningún poder las
excomuniones del Papa. En 1230, desde la cima de la fortaleza de Nocera, a
corta distancia de Asís, los sarracenos cayeron sobre el valle de Espoleto y
fueron a embestir el convento de
San Damián. La entrada de los musulmanes en el monasterio significaba
para las monjas no solo la muerte, sino probablemente la violación. Todas
asustadas se acogieron en torno a Clara, quien se encontraba postrada en la
cama debido a una gravísima enfermedad. Ella se hizo trasladar a la puerta
del Convento, mandó a que le trajeran el cáliz de plata en el que se
reservaba el Santísimo Sacramento y cayó de rodillas delante de Él, pidiendo
el amparo del cielo para sí y sus hijas, cuenta la leyenda que del cáliz
salió una voz como de un niño que le dijo “Yo os guardaré siempre”, tras lo
cual se alzó de la
oración. En ese mismo instante los sarracenos levantaron el sitio del
monasterio y se fueron a otra parte.
Cuatro años más tarde, en junio de 1234, un milagro parecido impidió que las
tropas de Federico capitaneadas, por Vital de Aversa, se apoderasen, no ya
solo de San Damián, sino de toda la ciudad de
Asís. Este acontecimiento es celebrado siempre por los asisienses como
fiesta nacional.
El clímax de su fortaleza se demostró pletóricamente en la lucha que sostuvo
por años con el Papa Gregorio IX a trueque de sostener la integridad del
voto de pobreza. El pontífice quería convencerla que aceptara algunos bienes
para el convento, como lo hacían las demás órdenes religiosas. A tal punto
llegó la disputa que el Papa llegó a decirle que si ella se creía ligada por
su voto, él tenía el poder y la obligación de desatárselo, a lo que ella
replicó: “Santísimo padre, desatadme de mis pecados, mas no de la obligación
de seguir a Nuestro Señor Jesucristo”. Solo dos días antes de morir vino a
obtener Clara, de Inocencio IV y a perpetuidad, el derecho de ser y
permanecer siempre pobre.
Muerte de la santa
El verano del 1253 vino a Asís el Papa Inocencio IV para ver a Clara, la
cual se encontraba postrada en su lecho. Ella le pidió la bendición
apostólica y la absolución de sus pecados, el Sumo Pontífice contestó:
«Quiera el cielo hija mía, que tenga yo tanta necesidad como tú de la
indulgencia de
Dios». Cuando Inocencio se retiró dijo Clara a sus hermanas: «Hijas
mías, ahora más que nunca debemos darle gracias a Dios, porque, sobre
recibirle a Él mismo en la sagrada hostia, he sido hallada digna de recibir
la visita de su Vicario en la tierra».
Desde aquel día las monjas no se separaron de su lecho, incluso Inés, su
hermana, viajó desde Florencia para estar a su lado. En dos semanas la santa
no pudo tomar alimento, pero las fuerzas no le faltaban.
Cuenta la leyenda que estando en el más hondo dolor, dirige su mirada hacia
la puerta de la habitación, y he aquí que ve entrar una
procesión de vírgenes vestidas de blanco, llevando todas en sus cabezas
coronas de oro. Marcha entre ellas una que deslumbra más que las otras, de
cuya corona, que en su remate presenta una especie de incensario con
orificios, irradia tanto esplendor que convierte la noche en día luminoso
dentro de la casa, era la Bienaventurada Virgen
María. Se adelanta hasta el lecho donde yace la esposa de su Hijo e,
inclinándose amorosísimamente sobre ella, le da un dulcísimo abrazo. Las
vírgenes llevan un palio de maravillosa belleza y, extendiéndolo entre todas
a porfía, dejan el cuerpo de Clara cubierto y el tálamo adornado.
Murió el 11 de agosto, rodeada de sus hermanas y de los frailes León, Ángel
y Junípero. De ella han dicho: «Clara de nombre, clara en la vida y
clarísima en la muerte».
La noticia de la muerte de la virgen conmovió de inmediato, con
impresionante resonancia, a toda la ciudad. Acudieron en tropel los hombres
y las mujeres al lugar. Todos la proclamaban santa y no pocos, en medio de
las frases laudatorias, rompían a llorar. Acudió el podestá con un cortejo
de
caballeros y una tropa de hombres armados, y aquella tarde y toda la
noche hicieron guardia vigilante, no sea que perdiesen algo de aquel
precioso tesoro que está al alcance de todos. Al día siguiente se puso en
movimiento toda la Curia: el Vicario de Cristo, con los cardenales, llegaron
al lugar, y toda la población se encaminó hacia
San Damián. Era justo el momento en que iban a comenzar los oficios
divinos y los frailes iniciaban el de difuntos; cuando, de pronto, el papa
dice que debe rezarse el oficio de las vírgenes, y no el de difuntos, como
si quisiera canonizarla antes aún de que su cuerpo fuera entregado a la
sepultura. Observándole el obispo Ostiense que en esta materia se ha de
proceder con prudente demora, y se celebró por fin la
misa de difuntos.
A continuación, sentándose el
Sumo Pontífice, y con él la comitiva de cardenales y prelados, el obispo
Ostiense, tomando como tema el de vanidad de vanidades, elogió en notable
sermón a esta gloriosa despreciadora de la vanidad.
A continuación, los cardenales presbíteros, con
devota deferencia, rodearon el santo cadáver y, en torno al cuerpo de la
virgen, terminan los oficios de ritual. Al final, considerando que ni es
seguro ni conveniente que tan inestimable tesoro quede a trasmano de los
ciudadanos, en medio de himnos y cánticos, entre sones de trompeta y júbilo
extraordinario, la levantan y la conducen con todo honor a
San Jorge.
Este es el mismo lugar donde el cuerpo del santo padre
Francisco había sido enterrado primeramente, como si quien le había
trazado mientras vivía el camino de la vida, le hubiese preparado como por
presagio el lugar de descanso para cuando muriera.
Muy pronto comenzó a acudir al túmulo de la
virgen gran concurrencia de pueblo que alababa a Dios y clamaba:
«Verdaderamente santa, verdaderamente gloriosa, reina con los ángeles la que
tanto honor recibe de los hombres en la tierra. Intercede por nosotros ante
Cristo, tú, primiceria de las Damas Pobres, que a tantos guiaste a la
penitencia, a tantos a la vida».
Al cabo de pocos días, su
hermana, Inés siguió a Clara a la muerte.
Representación y patronazgos
Tradicionalmente a
Santa Clara se le representa con el hábito propio de las clarisas. Este
consiste en un sayal marrón y un velo negro, sujeto con el tradicional
cordón de tres nudos de cuyo cinturón sale un rosario.
Los atributos tradicionales de la Santa son la custodia y el báculo. La
primera derivada del enfrentamiento a las tropas sarracenas en 1230, la
primera vez que se le representó con este atributo fue en un fresco en San
Damiano, actualmente bastante deteriorado, en el cual se ve a Santa Clara
con el
Santísimo Sacramento enfrentándose resulta a los sarracenos los cuales
huyen despavoridos. El báculo proviene del hecho de haber sido Santa Clara
abadesa mitrada.
Otro atributo característico lo constituye el lirio, flor que representa la
pureza y la virginidad. En el cuerpo incorrupto de la santa expuesto en la
Basílica homónima de Asís, Clara sostiene entre sus manos un lirio de
metal precioso. Por su parte en el escudo de las clarisas el lirio se
entrecruza con el báculo en forma de X.
El 17 de febrero de 1958, el papa
Pío XII declaró a Santa Clara patrona de la televisión y de las
telecomunicaciones, producto del milagro por el cual la Santa pudo observar
la misa de Navidad celebrada en la Porciúncula desde su lecho en
San Damián. También es patrona de los clarividentes, de los orfebres, de
la ropa sucia y del buen tiempo, motivo por el cual desde la Edad Media
existe la tradición de que las novias ofrezcan huevos a Santa Clara para que
no llueva el día de su boda.
Aparte de la
Basílica de Asís, tiene santuarios importantes en Nápoles y Bari, en
Italia, en la ciudad californiana nombrada en su honor y en la provincia de
Villa Clara en Cuba, de cuya diócesis en patrona.
Bajo su patronazgo se encuentran seis ciudades argentinas, una mexicana, una
salvadoreña y una española, más las dos ya mencionadas.
Oración de Santa Clara de
Asís
Gloriosísima virgen y dignísima madre
Santa Clara, espejo clarísimo de santidad y pureza, base firme de la más
pura fe, incendio de perfecta caridad y erario riquísimo de todas las
virtudes. Por todos los favores con que el Divino Esposo os colmó, y la
especial prerogativa de haber hecho vuestra alma trono de su infinita
grandeza, alcánzanos de la inmesa piedad que limpia nuestras almas de
las manchas y de las culpas, y destituidas de todo efecto terreno sean
templo digno de su habitación.
También te suplicamos por la paz y la unidad de la Iglesia Católica, para
que se conseve en su unidad de fe, santidad y costumbres que la hacen
incontrastable ante los esfuerzos de sus enemigos.
Y se si fuese para mayor gloria de
Dios y bien espiritual mio cuanto pido por esta oración, vos como madre
y protectora presentad mis deseos en el despacho divino, pues yo confío en
vuestra bondad infinita que por vuestros méritos alcanzaré cuanto pido por
esta oración, para su mayor honra y
gloria.
Amén Jesús. Fuente
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