Formación y secretario de
Estado
Segundogénito del conde Gilberto Borromeo y de Margarita de Médicis, hermana
de Pío IV. A los ocho años de edad (15 de octubre de 1545), recibió la
tonsura clerical y poco más tarde fue enviado a Milán para cursar los
estudios humanísticos con el preceptor
Bonaventura Castiglioni. En el otoño de 1552 se matriculó en la Facultad
de Derecho de la Universidad de Pavía, donde el 6 de diciembre de 1559
obtuvo el doctorado in utroque jure. El 25 del mismo mes fue elegido Papa su
tío, el cardenal Juan Ángel de Médicis, que tomó el nombre de Pío IV. Este
hecho fue decisivo en la vida del joven Carlos. El nuevo Papa, al día
siguiente de su exaltación, lo mandó venir a Roma y lo colmó de honores y
dignidades: protonotario
apostólico y referendario de la Signatura (13 de enero de 1560);
Cardenal diácono con el título de los santos Vito y Modesto (31 de enero de
1560), que más tarde cambió por el de S. Práxedes (17 de noviembre de 1564);
administrador de la diócesis de Milán (7 de febrero de 1560); administrador
de las legaciones de Bolonia y de Romaña (26 de abril de 1560), etc. Pero el
cargo más importante que le dio fue el de la administración de los Estados
de la Iglesia y el de la Secretaría de Estado. Contaba entonces Carlos
Borromeo 21 años. Por primera vez el nepotismo pontificio del Renacimiento
daba a la Iglesia un Cardenal santo. En él halló Pío IV el más fiel y
abnegado colaborador de su pontificado.
Era de estatura algo más que mediana, grandes ojos azules, cabello negro,
nariz larga y tez pálida. Llevó barba corta y desaliñada hasta que en 1574
mandó al clero que se la cortase precediendo él con el ejemplo. La impresión
que producía en los embajadores era de timidez y modestia, hasta el punto de
tenerle algunos por poco apto para los cargos. Un defecto de la lengua que
lo hacía precipitarse al hablar, reforzaba todavía la impresión
desfavorable. Pero la práctica en el oficio, la energía de su carácter y su
espíritu sobrenatural le fueron dando mayor destreza en el desempeño de sus
funciones, hasta quedar patente su extraordinario talento de gobierno. «Es
hombre de
frutos, no de flores; de hechos y no de palabras», dirá de él algo más
tarde desde Trento el cardenal Seripando. El trabajo de la correspondencia
diplomática era imponente, pero le secundaba eficacísimamente Tolomeo Gallio,
antiguo secretario del cardenal de Médicis y luego Cardenal. Con él acudía
todas las mañanas a su tío para presentarle los resúmenes de la
correspondencia recibida y tomar nota de las respuestas que había que dar.
¿Fue Carlos Borromeo el principal responsable de los actos de su tío? Se ha
exagerado en ambos sentidos. Al adquirir con la experiencia un sentido más
expeditivo en el despacho de los negocios, fue teniendo también más libertad
de movimientos. Pero siempre se mostró fiel intérprete del pensamiento y del
gusto del Pontífice, aun en cosas contrarias a su propia opinión. Al mismo
tiempo, el
Papa acogía gustoso las sugerencias del sobrino que poco a poco tuvieron
un mayor influjo sobre él. El Cardenal nepote respondió plenamente a las
esperanzas de Pío IV.
Una fecha divisoria en la vida interior de
Carlos Borromeo fue la de su ordenación sacerdotal (17 de julio de
1563). Su anterior vida como Cardenal no era licenciosa, pero tampoco era la
del asceta de los años posteriores. Amaba extraordinariamente la caza y a
ella se dedicaba, según algunos, con mayor entusiasmo del que convenía a su
dignidad. Jugaba al ajedrez y se divertía con la música. Él mismo tocaba el
laúd y el violoncelo. Le gustaba la pompa y la fastuosidad. Le atraían
grandemente las veladas literarias y para ello fundó una academia con el
nombre de
Noches Vaticanas.
Pero he aquí que su hermano Federico, a quien el Papa acababa de nombrar
capitán general de la Iglesia, murió inesperadamente por un acceso de fiebre
(19 de noviembre de 1562). La muerte del mayorazgo causó hondo dolor al
Pontífice y al nepote. Incluso corrió el rumor de que Carlos Borromeo, ya
subdiácono, sería dispensado del celibato, para continuar el nombre
familiar. Pero Pío IV lo desmintió categóricamente en el consistorio de 3 de
junio, en el que lo elevó al orden de Cardenal presbítero. El 17 de julio de
1563 fue ordenado sacerdote y el 7 de diciembre del mismo año recibió la
consagración episcopal.
Los Ejercicios Espirituales de San Ignacio jugaron también un papel muy
importante en aquel viraje. Antes de su ordenación sacerdotal se retiró a la
casa profesa de los jesuitas para hacer los Ejercicios bajo la dirección del
P. Juan Bautista Ribera, con quien por razón de su cargo de procurador
general de la Orden había tenido que tratar muchos asuntos de la Compañía.
En adelante fue el P. Ribera su director espiritual. El cambio obrado en su
espíritu comenzó pronto a manifestarse al exterior. Renunció a sus
diversiones preferidas y fue tal la austeridad de su comportamiento personal
que disgustaba a su mismo tío, que llegó a prohibir a los PP. Ribera y
Laínez pisar en adelante el palacio del
Cardenal. Pero Carlos no mitigó sus rigores. Su ejemplo, por el
contrario, fue arrastrando a otros, e incluso a su mismo tío. El embajador
veneciano P. Soranzo decía de él que hacía más bien en la corte de Roma que
todos los decretos tridentinos juntos.
Arona, actual Italia, 1538-Milán, 1584) Cardenal y arzobispo de Milán.
Nacido en el seno de una familia noble –su madre era Margarita de Médicis,
hermana del papa Pío IV–, estudió latín en Milán y en 1522 pasó a la
Universidad de Pavía, donde en 1559 obtuvo el grado de doctor en derecho
civil y derecho canónico. Un año después, su tío, el papa Pío IV, le llamó a
Roma para que fuera su secretario y administrador de los Estados
Pontificios.
ORACIÓN A SAN
CARLOS BORROMEO
El mismo año, cuando sólo contaba veintidós, fue nombrado cardenal y
protector de Portugal, los Países Bajos y los cantones católicos de
Suiza, así como de varias órdenes religiosas. Desde su posición en la
Iglesia combatió activamente la Reforma y promovió las ideas establecidas en
el entonces reciente concilio de Trento (1545-1563).
Carlos Borromeo se había hecho cargo también de su familia tras la muerte de
su padre, y cuando falleció su hermano (1562) dudó entre casarse para dar
descendencia a su estirpe o proseguir la carrera religiosa.
Finalmente se decidió por la segunda opción y se dedicó plenamente a la
tarea emprendida por la Contrarreforma: promovió cambios en los libros
litúrgicos y la música religiosa (él mismo tocaba el laúd y el violoncelo
como aficionado), y con este fin encargó la Misa del papa Marcelo. Además,
envió a
Milán a treinta jesuitas para consolidar la Contrarreforma y adoptó
medidas encaminadas a reformar la actividad del clero: ordenó poner rejas en
los locutorios de las religiosas y pidió más severidad y rigor en el
cumplimiento de los deberes cristianos.
Estas iniciativas le costaron muchos ataques e incluso agresiones físicas:
parece ser que fue atacado por un clérigo llamado Farina, miembro de la
orden de los Humillados, que disparó contra él mientras estaba entregado a
la oración. La Iglesia siempre lo tuvo, sin embargo, como una figura
emblemática, y el papa Paulo V lo canonizó en 1610.
Milán
Celebrado el cónclave del que después de tres semanas salió elegido Pío V,
el 7 de enero de 1566, trató en seguida de reintegrarse a su diócesis, a la
que efectivamente llegó el 5 de abril de 1566. Milán era una de las
diócesis más importantes de Italia y llevaba largo tiempo abandonada por
sus pastores. Comenzó en seguida una reorganización de la diócesis,
dividiéndola en 12 circunscripciones. Creó el puesto de vicario general,
hizo más ágiles los servicios judiciales y cancillerescos, y veló
especialmente por la integridad de los funcionarios y la gratuidad de los
servicios. Urgió el cumplimiento de lo prescrito en el concilio provincial
referente a la redacción de los libros parroquiales (bautismo, confirmación,
matrimonio y sepultura), y al liber status animarum (enumeración de las
casas de la parroquia, con el número y edad de sus habitantes; inmigrantes y
emigrantes, etc.). En 1574 dio normas precisas sobre el modo de llevar estos
libros y ordenó el envío anual de un ejemplar al
arzobispado. En el cuarto concilio provincial mandó que cada párroco
hiciera listas nominales de 35 categorías de cristianos de su parroquia. Por
éstas y parecidas medidas, Carlos puede ser considerado como un precursor de
la estadística religiosa. Sus colaboradores y familiares estaban sometidos a
una disciplina casi claustral. Inspirándose en los modelos de
San Ignacio, compuso reglas especiales para cada oficio. Los actos
piadosos del día confiados a la dirección de un prefecto de espíritu,
estaban minuciosamente establecidos. De aquella escuela salieron hombres
notables que luego desempeñaron altos cargos eclesiásticos: obispos o
nuncios.
Pero su principal preocupación fue la formación de un clero capaz y
virtuoso. Por eso dedicó al seminario su atención preferente. También abrió
una casa para vocaciones tardías. Para atender mejor a las necesidades
pastorales de la diócesis, fundó la
Congregación de Oblatos de S. Ambrosio, sacerdotes al servicio del
ordinario, pero de vida común y dispuestos a ir a donde se les enviase.
Cuidó también de la educación de la juventud y fundó el Colegio Helvético
para suizos católicos; el Colegio Borromeo en Pavía; el Colegio de Nobles de
Milán; la Universidad de Brera, confiada a los jesuitas, etc. En el aspecto
social, creó obras de beneficencia y de rehabilitación: asilo de
arrepentidas, orfanatos, asilos nocturnos, etc.
Aunque era de carácter autoritario e intransigente, supo organizar la acción
apostólica de la diócesis utilizando los cuadros de las
órdenes religiosas. Los barnabitas colaboraron muy estrechamente con él,
hasta el punto de que le consideraban como su segundo fundador. Con los
jesuitas mantuvo excelentes relaciones, fuera de algún caso aislado. Pero
con los generales de la Compañía de Jesús tuvo cierta tirantez por negarse
éstos a darle todas las personas que él pedía, entre las que figuraba el P.
Roberto Belarmino, futuro cardenal.
Hay un acontecimiento célebre en la vida de
Carlos que define la heroica abnegación y sentido de responsabilidad de
su cargo: la llamada peste de S. Carlos. Cuando el 11 de agosto de 1576
hacía su entrada solemne en Milán D. Juan de Austria, que marchaba camino de
Flandes, estalló la espantosa noticia de que había peste en la ciudad. Aquel
mismo día prosiguió D. Juan su viaje y los milaneses comenzaron a aprestarse
para luchar contra el terrible enemigo. Borromeo, que se encontraba fuera de
la ciudad, al saber la noticia aceleró la vuelta para tomar las medidas
oportunas. Los lazaretos rebosaban ya de apestados, a los que faltaban no
sólo los auxilios materiales, sino también los
espirituales. El arzobispo comprendió cuál era su deber. Hizo pedir
limosna por la ciudad y de su patrimonio vendió los objetos preciosos que le
quedaban. Incluso cedió las colgaduras de su palacio para hacer vestidos.
Dormía escasamente dos horas para poder acudir personalmente a todas partes,
visitaba todos los barrios alentando el ánimo de los que desfallecían,
administraba él mismo los últimos sacramentos a los sacerdotes que sucumbían
en aquella obra de caridad. Despreció el peligro de contagio, y ordenó un
triduo de oraciones públicas y
procesiones. Pero la peste siguió en aumento durante el otoño y todo el
año siguiente de 1577. Hasta el 20 de enero de 1578 no se declaró su
extinción. Por su extraordinaria conducta durante la peste, aquella dura
prueba se denominó la peste de San Carlos.
A los trabajos de la administración central de la
diócesis, añadió las visitas pastorales de los extensos territorios de
su jurisdicción, que abarcaba también parte de los cantones suizos, y otras
misiones pontificias. Intervino activamente en los cónclaves de Pío V y
Gregorio XIII para asegurar una elección digna. En fin, fue un celoso pastor
y un obispo reformado y reformador según el concilio de Trento.
En relación con los gobernadores de Milán, especialmente con el marqués
Antonio de Ayamonte, tuvo serios encuentros de jurisdicción, motivados por
las opuestas tendencias político-eclesiásticas de aquella época. Pero
siempre procedió con pureza de intención en el servicio de la
Iglesia.
Por fin, agotado prematuramente por su trabajo, le acometió una fuerte
calentura en una de sus correrías pastorales. Gravemente enfermo llegó a
Milán el 2 de noviembre de 1584, y al anochecer del día siguiente entregó su
alma a
Dios. «Una lumbrera de Israel se ha extinguido», exclamó Gregorio XIII
al recibir la noticia de su muerte.
L. Pastor resume acertadamente su vida en estas palabras: «El Cardenal de
Milán, con la acerada rectitud de su carácter se presenta a los ojos de sus
contemporáneos y de la posteridad como uno de los grandes hombres que lo
sacrificaron todo para hallarlo todo; que renunciaron al mundo y
precisamente por su renuncia ejercieron un inmenso influjo sobre él. Fuera
del fundador de la
Compañía de Jesús, ningún personaje ejerció tan honda y duradera
influencia en la restauración católica como S. Carlos Borromeo; es una
columna de la historia eclesiástica en la frontera de dos épocas, el
Renacimiento moribundo y la victoriosa Reforma católica» (Pastor, vol. 19,
116).
Su cuerpo se conserva incorrupto en la
cripta de la catedral de Milán, encerrado en una soberbia caja de plata,
regalo de Felipe IV de España. Fue canonizado el 1 de noviembre de 1610. Su
fiesta se celebra el 4 de noviembre. La iconografía del santo es muy rica.
El mejor cuadro es el pintado por Ambrosio Figini y conservado en la
Biblioteca Ambrosiana de Milán. Fuente
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