En 1967, quince días antes
de cumplir un año,
Miguel Ángel Gaitán muere de meningitis y sus restos son enterrados en
el cementerio local de Villa Unión en la provincia de La Rioja. Había nacido
en Banda Florida, a orillas del río Bermejo el 9 de julio de 1966 y era el
hijo número 12 de Argentina Nery Olguín y de Bernabé Gaitán (que tuvieron
quince pero sólo nueve sobrevivieron).
Miguelito murió el 24 de junio de 1967 cuando era transportado con
urgencia por una ambulancia hasta Chilecito.
La leyenda comienza luego de una violenta tormenta en 1973, siete años
después de su muerte. De acuerdo con los pobladores, la tempestad destruyó
el túmulo de ladrillos y cemento que cubría el cajón del bebé, el cual fue
descubierto por un trabajador del cementerio. Espiando su interior,
encuentra los restos del niño virtualmente intactos, y se reconstruye la
tumba para proteger el cajón de los elementos. Poco después las paredes se
habían caído "misteriosamente" sin mediar tormentas ni vientos. Hubo una
segunda reconstrucción pero los ladrillos volvieron a aparecer
desparramados, por lo tanto decidieron dejar el cajón en el exterior.
Pero entonces notaron que la tapa del
ataúd había sido removida a la noche. "Colocamos piedras y objetos
pesados sobre la tapa, pero cada mañana la encontrábamos removida" cuenta la
madre de Miguel Ángel, "finalmente decidimos que Miguel no quería ser
cubierto, quería ser visto." (Amato 1996). Primero estaba simplemente
destapado pero luego le arrancaron una falange que conservaba un pequeño
anillo y además todo el mundo le tocaba la frente. Ahora esta en una
pequeña caja azul de madera, cerrada con un candado y con la tapa de vidrio.
A través de él se ve su rostro reseco y marrón y su madre le cambia
habitualmente de ropa. Los creyentes ponen la mano sobre el vidrio a la
altura de la cabeza. Cuando este hecho se divulgó comenzó a llegar gente de
todos lados para verlo, primero individualmente luego en tours programados,
no sólo desde la ciudad de
La Rioja, sino desde San Fernando del Valle de Catamarca y Córdoba.
Entonces construyeron un pequeño
panteón para guardar los juguetes, carpetas de estudiantes, autitos,
bicicletas, flores de plástico, ositos, placas de metal y cerámica con forma
de corazón o con diseños de angelitos, cintas celestes y blancas, fotos,
insignias. Son tantas las ofrendas que el panteón se fue ampliando con una
habitación al lado y otra arriba.
Entre los agradecimientos se leen: "gracias por hacerme campeón de Karate",
"porque se me declaró José", "porque saqué 10 en el examen". Hay
trofeos deportivos, escarpines, rosarios y cuadernos donde se escribe el
pedido que se le hace al Angelito y si él cumple debe publicarse un
agradecimiento en uno de los diarios de la capital riojana.
La madre de Miguel Ángel, Argentina Gaitán, atiende diariamente la tumba. Si
los "buscadores de milagros son afortunados" (Amato 1996), la madre abrirá
el cofre y les permitirá tocarlo en la cabeza. Si fueran verdaderamente
afortunados, ella vestirá el cuerpo con las ropas de bebé que los peregrinos
traen, como la pequeña camiseta de Boca Juniors. Los peregrinos dejan
ofrendas, generalmente juguetes, y la Sra. Gaitán vende
postales y estampas con el retrato de Miguel Ángel en su ataúd por dos
pesos y cuadernillos con la crónica de su vida y muerte por quince pesos.
Los juguetes los donan a las escuelas, y con las bicicletas se hacen rifas.
Dicen que a veces a la mañana se encuentran
juguetes desparramados y se supone que Miguelito estuvo jugando durante
la noche. Fuente
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