Biografía
Formación y primeros años
Buenaventura de Fidanza nació alrededor del año 1218. Algunos datan su
nacimiento en este año y otros en 1221.
Se formó en la Orden de los Frailes Menores e impartió enseñanzas en la
Universidad de París, en la cual estudió. Aunque rechazó ser
arzobispo de York, hubo de aceptar la diócesis de Albano. En 1274 fue
nombrado legado pontificio al concilio de Lyon. Fue un participante activo
en los concilios de la época y destacó en los ataques a las herejías y en
las críticas a los cismáticos. San Buenaventura representa a la escuela
franciscana que inspirándose en San Agustín se opone al aristotelismo de los
Dominicos, y sostiene que la filosofía y la razón no se encuentran en la
base de la teología ni en la culminación del conocimiento de la divinidad,
pero sí en el camino que conduce el alma hacia Dios. Erudito y hombre de
gran espiritualidad, de entre sus obras destacan un estudio sobre Pedro
Lombardo (Comentario sobre las sentencias de Pedro Lombardo) y el
Itinerarium mentis in Deum (Itinerario del alma hacia Dios).
Estudió filosofía y
teología en París y, habiendo obtenido el grado de maestro, enseñó con
gran provecho estas mismas asignaturas a sus compañeros de la Orden
franciscana. Fue elegido ministro general de su Orden, cargo que ejerció con
prudencia y sabiduría. Escribió la vida de San Francisco.
Fue cardenal obispo de la
diócesis de Albano, y murió en Lyon el año 1274. Escribió muchas obras
filosóficas y teológicas. Conocido como el "Doctor Seráfico" por sus
escritos encendidos de fe y amor a Jesucristo.
Lo único que sabemos acerca de este ilustre hijo de San Francisco de Asís,
por lo que se refiere a sus primeros años, es que nació en Bagnorea, cerca
de Viterbo, en 1221 y que sus padres fueron Juan Fidanza y María Ritella.
Después de tomar el hábito en la orden seráfica, estudió en la Universidad
de París, bajo la dirección del maestro inglés Alejandro de Hales.
Buenaventura, a quien la historia debía conocer con el nombre de «el doctor
seráfico», enseñó teología y Sagrada Escritura en la Universidad de
París, de 1248 a 1257. A su genio penetrante unía un juicio muy
equilibrado, que le permitía ir al fondo de las cuestiones y dejar de lado
todo lo superfluo para discernir todo lo esencial y poner al descubierto los
sofismas de las opiniones erróneas. Nada tiene, pues, de extraño que el
santo se haya distinguido en la filosofía y teología escolásticas.
Buenaventura ofrecía todos los estudios a la gloria de Dios y a su propia
santificación, sin confundir el fin con los medios y sin dejar que
degenerara su trabajo en disipación y vana curiosidad.
Elección como superior
general de los Franciscanos
En 1257, Buenaventura fue elegido superior general de los
Frailes Menores. No había cumplido aún los treinta y seis años y la
orden estaba desgarrada por la división entre los que predicaban una
severidad inflexible y los que pedían que se mitigase la regla original.
Naturalmente, entre esos dos extremos, se situaban todas las otras
interpretaciones. Los más rigoristas, a los que se conocía con el nombre de
«los espirituales», habían caído en el error y en la desobediencia, con lo
cual habían dado armas a los enemigos de la orden en la Universidad de
París. El joven superior general escribió una carta a todos los provinciales
para exigirles la perfecta observancia de la regla y la reforma de los
relajados, pero sin caer en los excesos de los espirituales.
El primero de los cinco capítulos generales que presidió San Buenaventura,
se reunió en Narbona en 1260. Ahí presentó una serie de declaraciones de las
reglas que fueron adoptadas y ejercieron gran influencia sobre la vida de la
orden, pero no lograron aplacar a los rigoristas. A instancias de los
miembros del capítulo, San Buenaventura empezó a escribir la vida de
San Francisco de Asís.
La manera en que llevó a cabo esa tarea, demuestra que estaba empapado de
las virtudes del santo sobre el cual escribía. Santo Tomás de Aquino, que
fue a visitar un día a Buenaventura cuando éste se ocupaba de escribir la
biografía del "Pobrecillo de Asís," le encontró en su celda sumido en la
contemplación. En vez de interrumpirle,
Santo Tomás se retiró, diciendo: "Dejemos a un santo trabajar por otro
santo". La vida escrita por San Buenaventura, titulada "La Leyenda Mayor",
es una obra de gran importancia acerca de la vida de San Francisco, aunque
el autor manifiesta en ella cierta tendencia a forzar la verdad histórica
para emplearla como testimonio contra los que pedían la mitigación de la
regla.
Nombramiento como
cardenal
San Buenaventura gobernó la orden de
San Francisco durante diecisiete años y se le llama, con razón, el
segundo fundador. En 1265, a la muerte de Godofredo de Ludham, el Papa
Clemente IV trató de nombrar a San Buenaventura arzobispo de York, pero el
santo consiguió disuadirle de ello. Sin embargo, al año siguiente, el Beato
Gregorio X le nombró cardenal obispo de Albano, ordenándole aceptar el cargo
por obediencia y le llamó inmediatamente a Roma. Los legados pontificios le
esperaban con el capelo y las otras insignias de su dignidad. Según se
cuenta, fueron a su
encuentro hasta cerca de Florencia y le hallaron en el convento
franciscano de Mugello, lavando los platos. Como Buenaventura tenía las
manos sucias, rogó a los legados que colgasen el capelo en la rama de un
árbol y que se paseasen un poco por el huerto hasta que terminase su tarea.
Sólo entonces San Buenaventura tomó el capelo y fue a presentar a los
legados los honores debidos.
Gregorio X encomendó a San Buenaventura la preparación de los temas que se
iban a tratar en el
Concilio ecuménico de Lyon, acerca de la unión con los griegos
ortodoxos, pues el emperador Miguel Paleólogo había propuesto la unión a
Clemente IV. Los más distinguidos teólogos de la Iglesia asistieron a dicho
Concilio. Como se sabe, Santo Tomás de Aquino murió cuando se dirigía a él.
San Buenaventura fue, sin duda, el personaje más notable de la asamblea.
Llegó a Lyon con el Papa, varios meses antes de la apertura del Concilio.
Entre la segunda y la tercera sesión reunió el capítulo general de su orden
y renunció al cargo de superior general. Cuando llegaron los delegados
griegos, el santo inició las conversaciones con ellos y la unión con Roma se
llevó a cabo. En acción de gracias, el Papa cantó la misa el día de la
fiesta de
San Pedro y San Pablo. La epístola, el evangelio y el credo se cantaron
en latín y en griego y San Buenaventura predicó en la ceremonia.
ORACIÓN A SAN
BUENAVENTURA
Muerte
El Doctor Seráfico murió durante las celebraciones, la noche del 14 al 15 de
julio. Ello le ahorró la pena de ver a Constantinopla rechazar la unión por
la que tanto había trabajado. Pedro de Tarantaise, el dominico que ciñó más
tarde la tiara pontificia con el nombre de Inocencio V, predicó el
panegírico de San Buenaventura y dijo en él: «Cuantos conocieron a
Buenaventura le respetaron y le amaron. Bastaba simplemente con oírle
predicar para sentirse movido a tomarle por consejero, porque era un hombre
afable, cortés, humilde, cariñoso, compasivo, prudente, casto y adornado de
todas las
virtudes.»
Doctrina
La oración
No contento con transformar el estudio en una prolongación de la plegaria,
consagraba gran parte de su tiempo a la oración propiamente dicha,
convencido de que ésa era la clave de la vida espiritual. Porque, como lo
enseña
San Pablo, sólo el Espíritu de Dios puede hacernos penetrar sus secretos
designios y grabar sus palabras en nuestros corazones.
Tan grande era la pureza e inocencia del santo que su maestro, Alejandro de
Hales, afirmaba que «parecía que no había pecado en
Adán». El rostro de Buenaventura reflejaba el gozo, fruto de la paz en
que su alma vivía. Como el mismo santo escribió, «el gozo espiritual es la
mejor señal de que la gracia habita en un alma».
El santo no veía en sí más que faltas e imperfecciones y, por humildad, se
abstenía algunas veces de recibir la comunión, por más que su alma ansiaba
unirse al objeto de su amor y acercarse a la fuente de la gracia. Pero un
milagro de Dios permitió a San Buenaventura superar tales escrúpulos.
Las actas de canonización lo narran así: "Desde hacía varios días no se
atrevía a acercarse al banquete celestial.
Pero, cierta vez en que asistía a la Misa y meditaba sobre la Pasión del
Señor, Nuestro Salvador, para premiar su humildad y su amor, hizo que un
ángel tomara de las manos del sacerdote una parte de la hostia
consagrada y la depositara en su boca.
A partir de entonces, Buenaventura comulgó sin ningún escrúpulo y encontró
en la santa Comunión una fuente de gozo y de gracias. El santo se preparó a
recibir el sacerdocio con severos ayunos y largas horas de oración, pues su
gran humildad le hacía acercarse con temor y temblor a esa altísima
dignidad. La Iglesia recomienda a todos los
fieles la oración que el santo compuso para después de la misa y que
comienza así: Transfige, dulcissime Domine Jesu...
Celo por las almas
Buenaventura se entregó con entusiasmo a la tarea de cooperar a la salvación
de sus prójimos, como lo exigía la gracia del sacerdocio. La energía con que
predicaba la palabra de Dios encendía los
corazones de sus oyentes; cada una de sus palabras estaba dictada por un
ardiente amor. Durante los años que, pasó en París, compuso una de sus obras
más conocidas, el "Comentario sobre las Sentencias de Pedro Lombardo", que
constituye una verdadera suma de teología escolástica. El
Papa Sixto IV, refiriéndose a esa obra, dijo que "la manera como se
expresa sobre la teología, indica que el Espíritu Santo hablaba por su
boca."
Defensa de la doctrina
franciscana
Los violentos ataques de algunos de los profesores de la Universidad de
París contra los franciscanos perturbaron la paz de los años que
Buenaventura pasó en esa ciudad. Tales ataques se debían, en gran parte, a
la envidia que provocaban los éxitos pastorales y académicos de los hijos de
San Francisco ya que la santa vida de los frailes resultaba un reproche
constante a la mundana existencia de otros profesores. El líder de los que
se oponían a los franciscanos era
Guillermo de Saint Amour, quien atacó violentamente a San Buenaventura
en una obra titulada Los peligros de los últimos tiempos.
Éste tuvo que suspender sus clases durante algún tiempo y contestó a los
ataques con un tratado sobre la pobreza evangélica, con el título de Sobre
la pobreza de Cristo. El Papa Alejandro IV nombró a una comisión de
cardenales para que examinasen el asunto en Anagni, con el resultado de
que fue quemado públicamente el libro de Guillermo de Saint Amour, fueron
devueltas sus cátedras a los hijos de San Francisco y fue ordenado el
silencio a sus enemigos. Un año más tarde, en 1257, San Buenaventura y Santo
Tomás de Aquino recibieron juntos el título de doctores.
Escritos
San Buenaventura escribió un tratado Sobre la vida de perfección,
destinado a la Beata Isabel, hermana de San Luis IX de Francia y a las
Clarisas Pobres del convento de Longchamps. Otras de sus principales obras
místicas son el Soliloquio y el tratado Sobre el triple camino. Es
conmovedor el amor que respira cada una de las palabras de San Buenaventura.
Gerson, el
erudito y devoto canciller de la Universidad de París, escribe a
propósito de sus obras: "A mi modo de ver, entre todos los doctores
católicos, Eustaquio (porque así podemos traducir el nombre de Buenaventura)
es el que más ilustra la inteligencia y enciende al mismo tiempo el corazón.
En particular, el Breviloquium Itinerarium mentis in Deum están compuestos
con tanto arte, fuerza y concisión, que ningún otro escrito puede
aventajarlos." Y en otro libro, comenta: "Me parece que las obras de
Buenaventura son las más aptas para la instrucción de los fieles, por su
solidez, ortodoxia y espíritu de devoción.
Buenaventura se guarda cuanto puede de los vanos adornos y no trata de
cuestiones de lógica o física ajenas a la materia. No existe doctrina más
sublime, más divina y más religiosa que la suya." Estas palabras se aplican
sobre todo, a los tratados espirituales que reproducen sus meditaciones
frecuentes sobre las delicias del cielo y sus esfuerzos por despertar en los
cristianos el mismo deseo de la gloria que a él le animaba.
Como dice en un escrito, «Dios, todos los espíritus gloriosos y toda la
familia del Rey Celestial nos esperan y desean que vayamos a reunirnos con
ellos. ¡Es imposible que no se anhele ser admitido en tan dulce compañía!
Pero quien en este valle de lágrimas no haya tratado de vivir con el deseo
del
cielo, elevándose constantemente sobre las cosas visibles, tendrá
vergüenza al comparecer a la presencia de la corte celestial.» Según el
santo, la perfección cristiana, más que en el heroísmo de la vida religiosa,
consiste en hacer bien las acciones más ordinarias.
He aquí sus propias palabras: «La perfección del cristiano consiste en hacer
perfectamente las cosas ordinarias. La fidelidad en las cosas pequeñas es
una virtud heroica». En efecto, tal fidelidad constituye una constante
crucifixión del amor propio, un sacrificio total de la libertad, del tiempo
y de los afectos y, por ello mismo, establece el reino de la gracia en el
alma. El mejor ejemplo que puede darse de la estima en que San
Buenaventura tenía la fidelidad en las cosas pequeñas, es la anécdota que se
cuenta de él y del Beato Gil de Asís (23 de abril).
La autoridad al servicio
Se cuenta que, como superior general, fue un día a visitar el convento
Foligno. Cierto frailecillo tenía muchas ganas de hablar con él, pero era
demasiado humilde y tímido para atreverse. Pero, en cuanto partió San
Buenaventura, el frailecillo cayó en la cuenta de la oportunidad que había
perdido y echó correr tras él y le rogó que le escuchase un instante. El
santo accedió inmediatamente y tuvo una larga conversación con él, a la
vera del camino.
Cuando el frailecillo partió de vuelta al convento, lleno de consuelo, San
Buenaventura observó ciertas muestras de impaciencia entre los miembros de
su comitiva y les dijo sonriendo: «Hermanos míos, perdonadme, pero tenía que
cumplir con mi deber, porque soy a la vez superior y siervo y ese
frailecillo es, a la vez, mi hermano y mi amo. La regla nos dice: "Los
superiores deben recibir a los hermanos con
caridad y bondad y portarse con ellos como si fuesen sus siervos, porque
los superiores, son, en verdad, los siervos de todos los hermanos". Así
pues, como superior y siervo, estaba yo obligado a ponerme a la disposición
de ese frailecillo, que es mi amo, y a tratar de ayudarle lo mejor posible
en sus necesidades».
Tal era el espíritu con que el santo gobernaba su orden. Cuando se le había
confiado el cargo de superior general, pronunció estas palabras: "Conozco
perfectamente mi incapacidad, pero también sé cuán duro es dar coces contra
el aguijón. Así pues, a pesar de mi poca inteligencia, de mi falta de
experiencia en los negocios y de la repugnancia que siento por el cargo, no
quiero seguir opuesto al deseo de mi familia
religiosa y a la orden del Sumo Pontífice, porque temo oponerme con ello
a la voluntad de Dios. Por consiguiente, tomaré sobre mis débiles hombros
esa carga pesada, demasiado pesada para mí. Confío en que el cielo me
ayudará y cuento con la ayuda que todos vosotros podéis prestarme". Estas
dos citas revelan la sencillez, la humildad y la caridad que caracterizaban
a San Buenaventura. Y, aunque no hubiese pertenecido a la orden seráfica,
habría merecido el título de "Doctor Seráfico" por las virtudes angélicas
que realzaban su saber. Fuente
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