Primeros años
Cipriano tenía un origen rico y distinguido. De hecho, su martirio se
produjo en su propia villa. La fecha de su conversión al cristianismo es
desconocida, pero tras su bautismo en c. 245-248 donó una porción de su
riqueza a los pobres de Cartago. Era púnico o quizá bereber.
Su nombre original era Thascios; tomó el nombre adicional de Caecilius en
memoria del presbítero al que debía su conversión. Más tarde fue profesor de
retórica. En los primeros años de su conversión escribió una Epistola ad
Donatum de gratia Dei («Carta a Donato sobre la gracia de Dios» y tres
libros de Testimoniorum adversus Judæos que seguían los modelos de
Tertuliano, que influyó sobre su estilo y pensamiento.
Su disputada elección
como obispo de Cartago
Poco después de su bautismo fue ordenado diácono, y más tarde presbítero. En
algún momento entre julio de 248 y abril de 249 fue elegido obispo de
Cartago, una elección popular entre los pobres, que recordaban su caridad,
aunque una parte de los presbíteros se opuso a causa de la riqueza de
Cipriano, su diplomacia y su talento literario. Además, la oposición en la
comunidad de Cartago no se disolvió tras su elección.
Los
cristianos del norte de África no habían sufrido la persecución durante
muchos años. En 250 el emperador Decio decretó la supresión de la
cristiandad, con lo que dio comienzo la persecución deciana. Un procónsul
enviado por el emperador y cinco comisionados de cada ciudad administraban
el edicto, pero cuando el procónsul llegó a Cartago Cipriano había huido.
En los documentos que se conservan de los padres de la iglesia de varias
diócesis se pone de manifiesto que la comunidad cristiana se dividió en esta
ocasión entre los que practicaron la desobediencia civil a cualquier precio
y los se sometieron de palabra o acto al edicto. La huida de Cipriano de
Cartago fue interpretada por sus enemigos como cobardía e infidelidad, y le
acusaron ante Roma.
Roma escribió a Cipriano en términos de desaprobación. Cipriano contestó
que había huido de acuerdo al mandato divino. Desde su refugio dirigió a sus
fieles con seriedad y entusiasmo, empleando a un diácono de confianza como
intermediario.
Controversia acerca de
los lapsi
La persecución fue especialmente severa en
Cartago, de acuerdo con las fuentes de la Iglesia. Las fuentes oficiales
romanas no hablan de la severidad de la persecución deciana. Muchos
cristianos abjuraron de su fe, y desde entonces recibieron el nombre de
lapsi, pero después pidieron ser readmitidos por la iglesia. Sus peticiones
fueron atendidas. Los confesores del grupo más liberal intervinieron para
permitir a cientos de lapsi volver a la iglesia.
Aunque él mismo se había retirado y aislado, Cipriano censuró la laxitud con
los lapsii, y rehusó absolverlos excepto en el caso de enfermedad mortal, y
quiso posponer la cuestión de su readmisión en la iglesia hasta que llegaran
tiempos más tranquilos. Entonces la
comunidad de Cartago sufrió un cisma. Felicísimo, que había sido
ordenado diácono por el presbítero Novatus durante la ausencia de Cipriano,
se opuso a todas las medidas de los representantes de Cipriano. Cipriano le
depuso y le excomulgó a él y a su partidario Augendius. Felicísimo recibió
el apoyo de Novatus y otros cuatro presbíteros, que organizaron una fuerte
oposición al obispo.
Cuando, tras una ausencia de catorce meses, Cipriano volvió a su diócesis,
defendió su marcha (guiado por una visión, para el bien de la comunidad) en
cartas a los otros obispos del Norte de África y un tratado
De lapsis, y convocó un concilio de obispos norteafricanos en Cartago
para considerar el tratamiento de los lapsi y el cisma de Felicísimo (251).
El concilio apoyó a Cipriano y condenó a Felicísimo, aunque no se conservan
actas del mismo. Los libellatici, es decir, cristianos que habían obedecido
al emperador, serían readmitidos tras arrepentimiento sincero, pero los que
habían tomado parte en
sacrificios al emperador sólo podrían volver a la Iglesia cuando
estuvieran cerca de la muerte. Más tarde esta regulación se suavizó, e
incluso los que habían celebrado sacrificios fueron readmitidos si se
arrepentían inmediatamente y buscaban la absolución, aunque los clérigos
caídos fueron depuestos y no podían recuperar sus cargos.
ORACIÓN A SAN
CIPRIANO
En Cartago, los seguidores de Felicísimo eligieron a Fortunato como obispo
en oposición a Cipriano, mientras que en Roma los seguidores del presbítero
Novaciano, que también rechazó la absolución para los lapsi, le eligieron
obispo de Roma, en oposición al papa Cornelio. Los novacionistas
consiguieron la elección de un obispo rival de su bando en Cartago, llamado
Máximo. Novatus abandonó a
Felicísimo y se unió al bando novaciano.
Estos extremos fortalecieron la firme pero moderada influencia de los
escritos de Cipriano, y los seguidores de sus oponentes fueron perdiendo
fuerza. Su prestigio se acrecentó cuando los fieles fueron testigos de su
devoción abnegada durante una gran plaga y la hambruna que le siguió.
Al papa Cornelio le sucedió San Lucio I, y a este San Esteban I, que mantuvo
importante enfrentamiento con Cipriano: Esteban hizo uso —por primera vez en
la historia de la Iglesia— de la pretensión de que la Iglesia de Roma no
sólo tenía una autoridad moral sobre las restantes Iglesias de la
cristiandad, sino de que además poseía una autoridad jurídica que le
permitía imponerse sobre el resto de las
iglesias del mundo. Esto llevó a una ruptura de las iglesias africanas
con Roma que se mantuvo hasta la muerte de Esteban.
San Esteban quiso dominar al obispo de Cartago justificando la primacía
de su obispado de Roma sobre los otros con el argumento del Tu es petrus que
se encuentra en el Evangelio de Mateo: (Mateo 16, 13-20)
Cipriano confortó a sus hermanos escribiendo su De mortalitate, y en su De
eleomosynis les exhortó a la caridad a los pobres, al tiempo que conducía su
vida de forma recta. Defendió a la cristiandad y a los cristianos en su
apología Ad Demetrianum, dirigida contra un tal Demetrio y el reproche de
los paganos de que los cristianos eran la causa de las calamidades.
Polémica sobre el
bautismo realizado por herejes
Cipriano tuvo que librar una nueva lucha a partir de 255, en la que se
enfrentó al papa Esteban I. La causa de la contienda fue la eficacia del
bautismo en las formas convencionalmente aceptadas cuando era administrado
por
herejes.
Esteban declaró que el bautismo realizado por herejes era válido si se
administraba en nombre de Cristo o de la santísima Trinidad. Esta era la
visión mayoritaria de la Iglesia. Cipriano, por otra parte, creía que fuera
de la Iglesia no podía haber verdadero bautismo, considerando a los
realizados por herejes nulos y vacíos, y bautizaba de nuevo a los que se
unían a la Iglesia. Cuando los herejes habían sido bautizados en la Iglesia
pero la habían dejado y deseaban volver en penitencia, no los rebautizaba.
La estrecha definición de Cipriano de la
Iglesia le llevó a ciertas inferencias que le convirtieron en el enlace
entre su modelo, el rigorista Tertuliano, y la polémica donatista que
dividió al norte de África más adelante y que trataba de la eficacia de la
misa cuando la pronunciaba un sacerdote indigno.
La mayoría de los obispos norteafricanos se alinearon con Cipriano, y
encontró un poderoso aliado en Firmiliano,
obispo de Cesarea Marítima. Pero la postura de
Esteban logró la aceptación general. Esteban empleó en sus cartas el
argumento de la superioridad de la Santa Sede sobre los obispados de la toda
la cristiandad. Cipriano contestó que la autoridad del obispo de Roma estaba
coordinada con la suya, pero no era superior.
La Enciclopedia Católica de 1911 dice de Cipriano que en la época, la
disputa se consideró un asunto de disciplina, y no de doctrina. La Iglesia
Católica moderna sostiene que el bautismo realizado por herejes e incluso
por ateos es válido si se realiza de acuerdo con las formas católicas. la
base de esta doctrina la articuló San Agustín
en su conflicto con los donatistas, que emplearon la autoridad de Cipriano
en favor de sus tesis.
Persecución de Valeriano
A finales de 256 se emprendió una nueva persecución de
cristianos en tiempo del emperador Valeriano, y tanto Esteban como su
sucesor Sixto II, fueron martirizados en Roma.
En África, Cipriano preparó a los fieles para el esperado edicto de
persecución en su De exhortatione martyrii. El 30 de agosto de 257, ante el
procónsul romano Aspasius Paternus se negó a realizar sacrificios a las
deidades paganas y profesó firmemente su fe en Cristo.
El consul le desterró a Curubios. Tuvo una visión que le anunció su destino.
Cuando hubo transcurrido un año fue llamado de vuelta y se le mantuvo
prácticamente prisionero en su propia villa, en espera de medidas más
severas tras la llegada de un nuevo edicto imperial que ordenaba la
ejecución de todos los
clérigos cristianos, de acuerdo con los testimonios de los escritores
cristianos.
El 14 de septiembre de 258 fue apresado por el nuevo procónsul, Galerio. Al
día siguiente fue examinado por última vez y sentenciado a morir por la
espada. Su única respuesta fue «¡Gracias a Dios!». La ejecución tuvo lugar
cerca de la ciudad. Una gran multitud siguió a Cipriano en su último día. Se
quitó sus prendas sin asistencia, se arrodilló, y rezó. Tras vendarse los
ojos fue decapitado.
El cuerpo fue enterrado por cristianos cerca del lugar de la ejecución y
sobre él, así como en el lugar de su muerte, se construyeron más tarde
iglesias, que, sin embargo, fueron destruidas por los vándalos. Se dice que
Carlomagno trasladó los huesos a Francia, y en Lion, Arles, Venecia,
Compiegne y Roenay aseguran que poseen reliquias del mártir.
Obra
Además de varias epístolas, que se recopilaron parcialmente junto con las
respuestas de aquellos a los que escribía, Cipriano escribió varios
tratados, algunos de los cuales tienen carácter de carta
pastoral.
Su obra más importante es su De unitate ecclesiae.
Las siguientes obras tienen una
autenticidad dudosa: De spectaculis, De bono pudicitiae, De idolorum
vanitate,De laude martyrii, Adversua aleatores , De montibus Sina et Sion y
la Cena Cypriani. El tratado titulado De duplici martyrio ad Fortunatum no
sólo fue publicado por primera y única vez por Erasmo, sino que
probablemente también lo compuso y le atribuyó la autoría a Cipriano.
La posteridad ha encontrado menos dificultades en llegar a una visión
universalmente aceptada de la personalidad de
Cipriano que sus contemporáneos. Combinaba la arrogancia de su
pensamiento con la conciencia de la dignidad de su oficio; su vida seria, su
abnegación y fidelidad, moderación y la grandeza de su alma han recibido la
admiración posterior. Como escritor, sin embargo, no fue en general original
o especialmente profundo. Fuente
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