Cuando aún no contaba con
doce años, se establece en Oropesa, (Toledo) (España), en la casa de
Francisco Cid Mayoral, al cual le servía como pastor. A la edad de 27
años, (1523) se alistó en las tropas de un capitán de infantería llamado
Juan Ferruz, al servicio del Emperador Carlos I, en la defensa de
Fuenterrabía, contra de las tropas francesas. Fue para él una dura
experiencia, siendo expulsado por
negligencia en el cuidado de las ganancias de su compañía (se salvo en
el último momento de ser ahorcado). A pesar de ello, volvió a combatir en
las tropas del conde de Oropesa en 1532, en el auxilio de Carlos V a Viena,
sitiada por los turcos de Soliman I.
Al desembarcar en España por la costa gallega, siente la necesidad de entrar
en Portugal y reencontrarse con sus orígenes. Pero este deseo se ve
seriamente frustrado: sus padres han muerto; tan sólo queda su tío. De allí
pasa a Andalucía y estando de paso en Gibraltar decide embarcar para
África. En su mismo barco, encuentra al caballero Almeyda, su mujer y
sus cuatro hijas que habían sido desterrados por el rey de Portugal
enviándolos a Ceuta. El padre le contrata como sirviente, pero pronto
cayeron todos enfermos, gastando la poca fortuna que traían, viéndose en la
necesidad de pedir socorro a
Juan de Dios. Este, mostrando ya la enorme caridad que le convertiría en
santo, se pone a trabajar en la reconstrucción de las murallas de la ciudad,
permitiendo que de su salario comiesen todos. Más tarde, pasa a
Gibraltar, donde se hace vendedor ambulante de libros y estampas. De ahí
se traslada definitivamente a Granada, en 1538, y abre una pequeña librería
en la Puerta Elvira. Sería en esta librería donde comienza su contacto con
los libros de tipo religioso.
El 20 de enero de 1539 se produce un hecho trascendental. Mientras escuchaba
el sermón predicado por San Juan de Ávila en la
Ermita de los Mártires, tiene lugar su conversión. Las palabras de Juan
de Ávila producen en él una conmoción tal, que le lleva a destruir los
libros que vendía, vaga desnudo por la ciudad, los niños lo apedrean y todos
se mofan de él. Su comportamiento es el de un loco y, como tal, es encerrado
en el Hospital Real. Allí trata con los enfermos y mendigos y va ordenando
sus ideas y su espíritu mediante la reflexión profunda. Juan de Ávila dirige
su joven e impaciente espíritu y lo manda peregrinar al santuario de la
Virgen de Guadalupe en Extremadura. Allí madura su propósito y a los
pies de la Virgen promete entregarse a los pobres, enfermos y a todos los
desfavorecidos del mundo.
Juan vuelve a Granada en otoño de ese mismo año, lleno de entusiasmo y
humanidad. Los recursos con los que cuenta son su propio esfuerzo y la
generosidad de la gente. En un principio Juan utiliza las casas de sus
bienhechores para acoger a los enfermos y desfavorecidos de la ciudad. Pero
pronto tuvo que alquilar una casa, en la calle Lucena, donde monta su primer
hospital. Pronto crece su fama por Granada, y el
obispo le pone el nombre de Juan de Dios. En los siguientes diez años
crece su obra y abre otro hospital en la Cuesta de Gomérez. Es, así mismo,
un innovador de la asistencia hospitalaria de su época. Sus obras se
multiplican y crece el número de sus discípulos -entre los cuales destaca
Antón Martín, creador del
Hospital de la Orden en Madrid llamado de Nuestra Señora del Amor de
Dios- y se sientan las bases de su obra a través del tiempo. El 8 de marzo
de 1550, a los 55 años, moría Juan de Dios en Granada, víctima de una
pulmonía a consecuencia de haberse tirado al Genil para salvar a un joven
que, aprovechando la crecida del río, había ido para hacer leña pero se cayó
en medio de la corriente y estaba en trance de ahogarse. Lógico final para
una vida totalmente entregada a los demás.
Fue
beatificado por el papa Urbano VIII el 1 de septiembre de 1630 y
canonizado por el papa Alejandro VIII, el 16 de octubre de 1690. Fue
nombrado santo patrón de los hospitales y de los enfermos.
A su muerte su obra se extendió por toda España, Portugal, Italia y Francia
y hoy día está presente en los cinco continentes.
Su personalidad y su obra
Ser sensible, humano-cristiano y social.
Sale al encuentro de los necesitados y los acoge sin poner condiciones para
su asistencia. Todo necesitado tiene derecho a ser atendido.
Desarrolla métodos de atención pioneros en su época. Atención integral de la
persona necesitada, respetando su dignidad y defendiendo sus derechos.
Solicita recursos a toda la sociedad: “hermanos, haceos bien a vosotros
mismos, queda claro?”, era su grito y su lema.
Reúne a un grupo de personas que darán continuidad a su obra (los Hermanos
de Juan de Dios). Fuente
ORACIÓN A SAN
JUAN DE DIOS
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