Su pontificado se
caracterizó por la intervención en el
gobierno de la Iglesia del Emperador Constantino I el Grande.
Convocó el primer concilio ecuménico que se celebró en Nicea en el 325. Este
concilio condenó las enseñanzas de Arrio y redactó el Credo Niceno, que
recogía en lo fundamental las
creencias católicas.
El
Papa Silvestre I fue el primero en ceñir la Tiara, o Triple Corona
Pontificia. Algunos historiadores le atribuyen la institución oficial del
domingo como Día del Señor, para recordar la
Resurrección. También se le considera el inspirador de la Corona de
Hierro, cuyo aro interior fue realizado con un clavo de la Vera Cruz. El
antiguo
palacio de Letrán y la basílica adjunta le fueron cedidas por
Constantino y, desde entonces, se la considera la Catedral de Roma.
Con la ayuda del emperador, además de la de Letrán san Silvestre hizo
edificar en Roma varias basílicas, entre ellas la de
San Pablo en la vía Ostiense, y la de la Santa
Cruz de Jerusalén. Dictó además reglamentos para la ordenación de los
clérigos y para la administración de los santos sacramentos, y organizó la
ayuda que debía darse a los sacerdotes y a los fieles necesitados. De
vida ascética, pudo atender a las obras de
beneficencia y en todo momento supo mantener en alto la ortodoxia de la
doctrina frente a las incipientes herejías.
Su pontificado fue muy tranquilo. Es conocido por ser el primer papa que no
murió mártir, pero sí santo, el 31 de diciembre de 335. Su
cuerpo fue enterrado en la vía Salaria, en el cementerio de Priscila, a
unos cuatro kilómetros de Roma, donde más tarde se levantó un
iglesia a él consagrada.
Su fiesta se celebra el último día del año. Fuente
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