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ANDRÉS BAZÁN FRÍAS - ORACIONES, MILAGROS, DÍA DE CONMEMORACIÓN, PEDIDOS Y ESTAMPITA

La historia del tucumano Andrés Bazán Frias no difiere mucho de la de otros “santitos” que en vida fueron conocidos delincuentes y ya después de muertos se convirtieron en embajadores de su pueblo ante Dios.
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La historia de este natural de Tucumán cuenta que Andrés fue criado dentro de un hogar humilde y bien constituido. Su padre -Félix Bazán- era policía, tal vez por eso asombró tanto que en su juventud, luego de haber desarrollado distintos trabajos decentes, Andrés Bazán Frías se dedicara a delinquir, cosechando en su prontuario numerosos robos y crímenes. Es a partir de ese momento que se lo conoce en el mundo delictivo como “El Manco”.Fue detenido y condenado a prisión en la capital del “jardín de la república”.

En septiembre de 1922 decide -junto a su amigo y compañero de fechorías Martín Leiva- fugarse de la prisión.
Es así que cuando el oficial de guardia abre el portón de entrada, los dos presos (que han obtenido quien sabe como un par de revólveres) ganan la calle en busca de libertad.
Quiso el destino que se encontraran cara a cara con dos policías que llegaban. Uno de ellos quiso detener a Bazán Frias pero los disparos de éste lo obligaron a desistir; permitiéndole al “Manco” escapar del lugar.

Por su parte, su amigo Leiva mató de un balazo al subteniente de policía Juan Cuezzo y fue detenido por los refuerzos que llegaban en ese momento.
A partir de ese momento Bazán Frias tuvo una obsesión: “Necesito encontrar hombres de coraje que me acompañen a cumplir mi sueño -decía- quiero asaltar la Penitenciaria y darle libertar a todos mis amigos”

En tanto y mientras planeaba la concreción de su meta se dedicaba a delinquir, desafiando abiertamente a la policía que lo consideraba un peligro público.
Y aunque era considerado un delincuente peligroso, sus seguidores entendían que lo que hacía era protegerse de la injusticia policial y repartir su dinero con los pobres y necesitados.
Un caluroso día de enero de 1923 se encontraba con dos cómplices en una capucha que le servía de aguantadero cuando la policía lo encontró..
Aunque sus cómplices fueron detenidos, Bazán Frias escapó corriendo, cubriendo su huida disparando su inseparable revólver.

Los frondosos árboles del parque Avellaneda le sirvieron para cubrir su huida, la que terminó en el paredón del cementerio, donde murió de un balazo en el cuello disparado por uno de sus seguidores, mientras se encontraba colgado tratando de saltar hacia adentro. .
Casi al instante de su muerte comenzó la leyenda: El delincuente Manco Bazán dejó paso al Gaucho Bazán Frías.

Dicen que el fugitivo no pudo ingresar al cementerio porque cuando iba a saltar se encontró con el alma del sargento de policía José Figueroa que él había matado y la impresión lo paralizó; siendo la imagen del fantasma la ;ultima visión que se llevó de este mundo.
Cuentan que su padre lo veló esa noche en el mismo cementerio y que en sus bolsillos se encontraron un crucifijo, un escapulario y una medallita, además de una copia de la orden de su captura. Estos elementos religiosos, sumados a que un incendio misterioso hizo desaparecer su prontuario, llevaron a que la imagen de este “santito” fuera totalmente limpia a través del recuerdo de sus fieles.

Es así que la gente sencilla y creyente interpreta que quien fue en vida un perseguido por la injusticia y repartió el producto de sus robos entre los pobres, ahora, después de muerto seguramente los ayudará en sus problemas de salud, de trabajo o de amores.
Hoy su tumba en el Cementerio del Norte, en su Tucumán natal, no se diferencia mucho de la tumba de otros venerados en tantos lugares de nuestro país: muchísimas placas, velas, pedidos y los más increíbles objetos personales de sus devotos, son la muestra que el Gaucho Bazán Frías sigue junto al pueblo que lo eligió. Fuente

 

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